Problemas emocionales en la infancia

Afirmar que los niños son felices por el mero hecho de ser niños, es una negligencia emocional para con ellos. Esta más que probado que, los traumas y problemas de índole emocional y psicológica sufridos en la infancia, deben subsanarse en el momento en el que aparezcan para que de adultos, puedan llevar una existencia más plena. Obviar sus cambios emocionales o no tener en cuenta en que medida pueden afectarles las situaciones, no hace más que agravar un problema que puede persistir de por vida.

Muchos de los problemas que acuciamos en la edad adulta, provienen de traumas vividos en la infancia que han sido bloqueados por el niño en el momento en el que lo ha sufrido. Eso conlleva una serie de consecuencias a lo largo de toda la vida o, hasta el momento en el que se cobra conciencia de su existencia.

Expertos en la materia del Centro de Psicología Animus, aconsejan prestar especial atención a los cambios emocionales y del humor que presenten los niños de forma continuada, pues detrás de ellos, puede existir algún tipo de dificultad emocional. Determinar la causa de esos cambios y trabajar sobre ella, es la mejor manera de atajar el problema subyacente y ayudar al niño a regular sus emociones y canalizarlas.

De forma generalizada, los conflictos afectivos, son considerados como algo normal en la infancia. Es evidente que cuanto más pequeño, con mayor intensidad se vive la emoción. Algo que resulta lógico, dado que todavía, no ha aprendido a manejarlas, como hacemos (o deberíamos hacer) los adultos. Por esta razón, es fácil aceptar que pasen rápidamente de una emoción a otra bien distinta e incluso opuesta en cuestión de segundos. De la risa al llanto por un juguete, o del llanto a la risa por una mueca.

Aun así, hay que prestar atención y no confundir los conflictos habituales con las respuestas de los trastornos emocionales que pueden ser respuestas afectivas desproporcionadas respecto al estímulo que la desencadena y demasiado perdurables, es decir, persistentes en el tiempo.

Algunos de esos problemas emocionales ante los cuales los niños reaccionan de forma desproporcionada proceden de los propios miedos infantiles. A continuación, vamos a hablar sobre algunos de estos problemas, con la finalidad de poder identificarlos y solucionarlos.

Los miedos

Los miedos, son emociones por las que todos pasamos, su carácter es adaptativo ante las diferentes amenazas, sean reales o imaginarias, a las que nos enfrentamos. Sentir o experimentar miedo, es la respuesta lógica que hace que el organismo, se prepare ante una situación de peligro. No es malo sentir miedo, al contrario, es necesario y por lo tanto, lo anormal es no sentirlo ante un estímulo provocador.

Teniendo esto en cuenta, puede incluirse entre los trastornos emocionales y conductuales de los niños, cuando la respuesta dada, es desproporcionada ante la situación que la provoca. A razón de esto, señalamos cuales son los miedos infantiles más habituales, englobados en dos categorías:

  • Innatos: se trata de estímulos muy intensos y novedosos como la oscuridad. Un temor común en la infancia.
  • Aprendidos: se adquieren y mantienen ante cualquier situación, persona, animal u objeto, por asociación entre ellos y estímulos con consecuencias desagradables. Un miedo habitual es la bata blanca del médico que, el niño asocia al dolor que ha sentido en presencia de un médico.

A parte de esto, la observación de situaciones de miedo que experimentan otros niños o personas adultas, se convierte en otro proceso de aprendizaje de los miedos.

Las respuestas ante este tipo de conductas que ponen de manifiesto una emoción de miedo excesiva, deben ser las siguientes:

  • Observar si con ese tipo de comportamiento miedoso, el niño obtiene algún tipo de recompensa o beneficio, como dormir con sus padres ante el miedo a la oscuridad. De ser así, se debe retirar el beneficio de forma gradual y reforzarlo cuando el miedo no esté presente.
  • No es conveniente escapara o evitar los estímulos que evocan el miedo. Esta actitud no elimina el miedo, sino que lo refuerza. Hay que enfrentarse a la situación de manera gradual. Volviendo al miedo a la oscuridad, se puede crear un ambiente de semioscuridad e ir incrementando el nivel poco a poco. No hay que decirles que no pasa nada, puesto que para ellos, si que pasa: tiene miedo y hay que validar su emoción. Es mejor tranquilizarles y ayudarles a entender como diferenciar fantasía y realidad.
  • Hay que presentarles modelos de valor, siendo los adultos los que se enfrenten al miedo, transmitiendo esa calma a los niños, al enfrentarse al mismo.
  • Jamás hay que ridiculizar al niño por tener miedo. Hay que respetar la emoción y no obligar a que se enfrente a sus temores de forma brusca.
  • Hacer una asociación de la situación de miedo a la incompatibilidad que supone mantener la calma y utilizar estrategias que calman al niño en otras circunstancias, hablar con un tono tranquilo, acercarse…

Trastornos emocionales y de conducta ante la separación o la pérdida

Dentro de este tipo de trastornos emocionales y de conducta en los niños, confluyen diversos factores. Dependen en gran medida de la situación concreta en la que se produce la separación, con quién y en que lugar se queda el niño, la edad, etc.

Un niño que pierde o es separado de sus padres o las figuras de apego mas fuertes, puede mostrar numerosos tipos de conductas de búsqueda y llamada de atención: llantos fuertes, intentos de huida, mostrar ansiedad en conductas regresivas como succión del pulgar, descontrol de esfínteres, temores nocturnos, rechazo a las comidas, vómitos, etc.

Ante esta circunstancia, si la separación se prolonga, el niño acaba por adaptarse a la nueva situación, supera la ansiedad y restablece nuevos vínculos afectivos cuando los cuidadores, ofrecen afecto y conductas adecuadas.

A partir de los seis años, la aparición de ansiedad por separación, se define por un miedo excesivo e inapropiado al nivel de desarrollo del niño. En estos casos, pueden sentir un malestar excesivo por una posible pérdida, mostrar resistencia a estar solo sin la presencia de las figuras de apego, tener pesadillas o experimentar rechazo a salir de casa por miedo a la separación.

Trastornos de la conducta

Observar enfado o irritabilidad, discusiones y actitud desafiante de forma persistente, con una persona que no sea un hermano, puede ser síntoma de un trastorno negativista desafiante. Algunas conductas problemáticas derivadas de este problema podrían ser:

  • Discutir a menudo.
  • Desafiar a los padres.
  • Perder la calma fácilmente.
  • Molestar deliberadamente a los demás.

Ser conscientes de que los niños no entienden la vida como los adultos, puesto que son niños y esa es su perspectiva, la de un niño. En función de este aspecto, hay que tratar de comprenderle desde su punto de vista e intentar averiguar en que momentos se da la situación problemática y que obtiene de ellas.

Si las manifestaciones son reiteradas y se repiten en el tiempo, hay que buscar ayuda para tratar de averiguar la causa.

Rivalidad hacia los hermanos

Ante la llegada de un nuevo miembro de la familia, el niño toma conciencia del cambio significativo que implica y todo lo que conlleva. En esta circunstancia, pueden aumentar las reacciones negativas, aparecer sentimientos y conductas de celos hacia el bebé o manifestar otra serie de síntomas para protestar por la nueva situación: comportamientos agresivos, rechazo a la comida, la escuela o vómitos, entre otros.

Las conductas hacia el nuevo hermano, suelen ser con frecuencia, ambivalentes (aceptación y rechazo), mientras que los padres, por su parte, suelen dedicar menos atenciones al primogénito. Actitud que puede desencadenar celos.

Entender esos sentimientos de rivalidad que tiene el niño, no castigarle por las emociones nuevas que está experimentando y hacerle participe de las actividades en las que pueda colaborar, referentes al cuidado del bebé, son buenas formas de minimizar el impacto y ayudar al pequeño a lidiar con sus emociones.

A edades tempranas, estos son algunos de los problemas emocionales que puede experimentar un niño. Otros síntomas y trastornos emocionales frecuentes, pueden ser las somatizaciones (expresión somática de conflictos emocionales asociados a la ansiedad); la ansiedad; la depresión; trastornos del vínculo a consecuencia de una ruptura afectiva entre el niño y sus padres; aislamiento; fobia social; ansiedad generalizada; trastorno obsesivo compulsivo; trastorno por estrés post traumático; autolesiones y sintomatología alimentaria, asociada al malestar emocional, la baja autoestima y la inseguridad hacia la propia imagen.

La lista es larga. Tanto como para tenerla en cuenta y no perder de vista los pequeños detalles que pueden indicar que existen indicios de que el pequeño, o adolescente, se encuentre lidiando con problemas emocionales profundos.

Siempre hay que tener presente que el sufrimiento de los menores, se canaliza de formas muy diferentes a como lo hacen los adultos. Sin contar que en ocasiones, los adultos tampoco somos muy capaces de hacer una buena gestión emocional. Es habitual, encontrarse con niños que padecen sintomatologías muy variadas, desde conductas desafiantes o irritabilidad, hasta retraimiento acusado o aislamiento. Estas actitudes y conductas, son la consecuencia de un malestar emocional gestionado de la única manera en la que ellos saben.

Una atención adecuada, es la mejor manera de afrontar el problema y permitir que los niños, aprendan a lidiar con sus emociones.