“Manifestación de la actividad humana mediante la cual se interpreta lo real o se plasma lo imaginado con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros.” Esta es, según la Real Academia de la Lengua, la definición de arte, en su segunda acepción.
Por tanto, el graffiti, es un arte. Existe una gran controversia al respecto: ¿arte o vandalismo? Teniendo en cuenta que el graffiti como tal, es una forma de manifestar y plasmar algo interno, es decir, de expresión, puede considerarse arte. Dejemos a un lado las pintadas de los vándalos o reivindicativos que ensucian las paredes de las ciudades.
El graffitero, se esmera en su trabajo. Crea algo que plasma en un lienzo urbano con el uso de sprays o rotuladores. Si vamos más allá de las pintadas que algunos dejan en los vagones de tren, por ejemplo, podemos encontrar verdaderas joyas dentro del espectro del arte urbano.
Los expertos de Artespray nos han explicado como los graffiteros, eligen pinturas de muy buena calidad para que los acabados sean puro arte. Señalan, que un artista, siempre elige los mejores materiales y los graffiteros, no son menos.
A los graffiteros, generalmente, les gustan los colores vivos, intensos, crear contrastes, formas, sombras. Para ello cuentan con una amplia gama de pinturas en spray, rotuladores y kilos de ingenio para llevar a cabo sus obras.
Las pintadas, esas muestras reivindicativas, con mensajes que suelen ser ofensivos, eso no lleva arte. El que los hace, no se preocupa porque sus materiales sean buenos, ni por el lugar donde deja su huella. Por eso, resultan molestos. No hay arte en una pintada callejera.
El trabajo del graffitero
El graffitero si cuida su trabajo, suele empezar por un boceto en un papel que luego lleva al muro. Ahí es donde se pone el empeño, la destreza. Esa habilidad de pintar a lo grande y hacerlo con spray en lugar de pincel. A ellos les resulta verdaderamente sencillo, pero los amantes del carboncillo o el pincel, no lo ven tan claro.
Para llevar a cabo la realización de un buen graffiti, que se aleje del vandalismo y de la mera exhibición cultural o rebelde, hay que hacer una preparación previa. Al boceto ya mencionado, le sigue el detalle, hay que pulir un poco ese boceto de papel. Luego elegir los colores que se van a utilizar y el soporte, que en estos casos suelen ser paredes, muros… superficies muy grandes.
Llevar el boceto al muro con ayuda de rotuladores o marcadores, eso a elección del graffitero y por supuesto, la pared elegida. Y a partir de ahí, a darle vida. Puede llevar días o semanas hacer un buen trabajo.
La gran variedad de sprays y materiales para ello que hay en el mercado, abren muchas posibilidades a la plasticidad de este arte. Además que cada maestrillo tiene su librillo y algunos, hasta fabrican sus propios colores (y botes de spray) a partir de pinturas plásticas y tintes.
Lejos de esas firmas que algunos deciden plantar en los vagones de tren o metro en tiempo record, el graffiti, requiere trabajo. Incluso ese acto que ciertamente resulta vandálico por sus daños materiales y lo que conlleva, es el resultado de una planificación, sincronía y método encomiables.
Hoy en día, por gusto o necesidad, el graffiti se ha elevado hasta colarse en los mejores museos contemporáneos. Graffiteros con nombre propio, aclamados y solicitados para dejar su impronta a través de grandes murales.
Pensar en el graffitero como un aprendiz de delincuente no es apropiado. En su mayoría, son personas con una inquietud y una necesidad de expresarse a lo grande. Sin límites. Sin buscar reconocimiento. Solo hacen su trabajo por amor al arte o al negocio, y se van.
La evolución del graffiti
Desde las pinturas rupestres hasta los mejores museos del mundo.
El ser humano siempre ha tenido esa necesidad de expresarse mediante la pintura. Tal vez, el graffiti beba de las fuentes de las cuevas de Altamira, por nombrar unas pinturas rupestres por todos conocidos. Ya en tiempos tan remotos como la prehistoria, el hombre andaba pintando en las paredes.
Durante los setenta, emergió una nueva forma de expresar las inquietudes humanas de un modo que todo el mundo lo viera. El arte urbano, el graffiti, que dejaba su impronta en las paredes de las ciudades.
Mal visto sin duda. Chocaban con la estética de los edificios. Con los años se ha ido viendo como los graffiteros dejaban de pintar en las zonas donde pudieran ser molestos o reprendidos. Llevaban su arte a lugares abandonados donde nadie les molestaba a ellos por crear.
En la actualidad, eso ha ido cambiando. Son muchos los graffitis que podemos ver por la ciudad o ciudades. Cuidados hasta el más mínimo detalle. Majestuosos e imponentes en fachadas de renombre gracias a ese graffiti.
Muchos negocios contratan a graffiteros para que pinten las fachadas de sus locales, o los propios cierres metálicos. Con ello consiguen dotar a sus negocios de una personalidad propia, entre el propietario y el graffitero.
A modo particular, algunos decoran las paredes de su hogar con exclusivos graffitis que nada desmerecen al mejor de los Picasso.
Algunos detractores, consideran a los que trabajan con su arte, como unos vendidos. El graffiti no se vende, deben pensar. Sin embargo, la realidad es que gran parte de los graffiteros, son artistas estudiados. Proceden de las escuelas de Bellas Artes o Artes Plásticas. Son conocedores de la técnica, el estilo y los materiales que convierten a un mural, en un graffiti.
Algunos de estos graffiteros, utilizan hasta técnicas digitales para crear sus obras. Ahí si existe una gran discrepancia. Pero el hecho, es que se han creado graffitis digitales para exposiciones en grandes e importantes museos.
Bastante ha cambiado el concepto de graffiti. Desde sus orígenes, ligado a los gamberros y a las protestas reivindicativas; asociado a la rebeldía y a la provocación. Esas pintadas que ahora son parte del arte urbano y el arte generacional, en su día fueron símbolo de protesta ante guerras, abusos y la desigualdad entre seres humanos.
Para muchos aun significa eso: protesta. Otros, lo han convertido en ese arte a descubrir en cada esquina.